NARRATIVA
Faltaba
poco para que cayera la noche y era víspera navideña. La gente estaba
inquieta y paseaba por las calles rebosantes de luz y energía. Los
olores se mezclaban en el aire: pan dulce, carne, ponche. La casa de
Luis estaba en una esquina y era anaranjada. Dentro, Luis se regocijaba
de ansias, sus amigos le habían prometido ir a tirar cuetes tan pronto
anocheciera. Miraba por la ventana, expectante, con los ojos negros
brillando como una caricatura. Sin embargo, no era tan simple. La
pirotecnia era una actividad prohibidísima, tanto por la ley como por
todas las familias del barrio, que vigilaban sigilosamente a sus hijos
ante la menor sospecha. Luis tenía que hacerse de un pretexto para
salir a la calle. Con notable astucia se acercó a su madre, quien
anticipadamente lo miraba con ojos desconfiados:
⁃ Ma ¿te ayudo a lavar y a tender la ropa? - los costales de
ropa de Luis, su padre y sus dos hermanas yacían desparramados en el
suelo del cuarto de lavado. La mamá, Blanca, se sintió francamente
sorprendida. No había querido resignarse a empezar con la enfadosa
talacha, que repetía constantemente y sin ayuda alguna... la oferta del
chamaco le resultó tentadora.
⁃ Órale pues, yo me voy pa' abajo a ver que película agarro en
la tele. Ahí está el detergente – concluyó, señalando una repisa arriba
de la lavadora.
Luis comenzó la tarea de manera frenética, llenó la máquina de lavar
velozmente, asomándose a la ventana por si llegaban sus amigos.
Impaciente, esperó una hora hasta que la ropa estaba lista, la tendió
desordenadamente y bajó corriendo las escaleras hasta la estancia,
donde su madre se carcajeaba con una comedia romántica gringa.
⁃ ¡Ya acabé ma! - gritó Luis con voz chillona - ¿me dejas salir
a jugar a la cancha? - Blanca guardó silencio por un segundo, sin
despegar la mirada de la pantalla, y finalmente determinó:
⁃ Ándale, pero te me tardas más de una hora y vas a ver –
amenazó vagamente, sin cuestionar más. Le dio un beso a la fuerza y
sacudió su cabello lacio con una caricia despreocupada.
Sonriente, Luis salió de la casa corriendo y encontró a sus camaradas
Matías y Emilio en la tienda de siempre. Carcajadas brotaban por
doquier y hasta los rincones más oscuros estaban iluminados con
pequeños focos de colores. Matías, el instigador, había hurtado una
bolsa llena de cuetes de varios tamaños y la traía escondida en su
mochila. No irían a la cancha, si no a los terrenos baldíos que estaban
detrás del fraccionamiento donde vivía Emilio, la sede de múltiples
aventuras.
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