FRECUENCIA BARATA 三 
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 NARRATIVA

Faltaba poco para que cayera la noche y era víspera navideña. La gente estaba inquieta y paseaba por las calles rebosantes de luz y energía. Los olores se mezclaban en el aire: pan dulce, carne, ponche. La casa de Luis estaba en una esquina y era anaranjada. Dentro, Luis se regocijaba de ansias, sus amigos le habían prometido ir a tirar cuetes tan pronto anocheciera. Miraba por la ventana, expectante, con los ojos negros brillando como una caricatura. Sin embargo, no era tan simple. La pirotecnia era una actividad prohibidísima, tanto por la ley como por todas las familias del barrio, que vigilaban sigilosamente a sus hijos ante la menor sospecha. Luis tenía que hacerse de un pretexto para salir a la calle. Con notable astucia se acercó a su madre, quien anticipadamente lo miraba con ojos desconfiados:

    ⁃    Ma ¿te ayudo a lavar y a tender la ropa? - los costales de ropa de Luis, su padre y sus dos hermanas yacían desparramados en el suelo del cuarto de lavado. La mamá, Blanca, se sintió francamente sorprendida. No había querido resignarse a empezar con la enfadosa talacha, que repetía constantemente y sin ayuda alguna... la oferta del chamaco le resultó tentadora.

    ⁃    Órale pues, yo me voy pa' abajo a ver que película agarro en la tele. Ahí está el detergente – concluyó, señalando una repisa arriba de la lavadora.

Luis comenzó la tarea de manera frenética, llenó la máquina de lavar velozmente, asomándose a la ventana por si llegaban sus amigos. Impaciente, esperó una hora hasta que la ropa estaba lista, la tendió desordenadamente y bajó corriendo las escaleras hasta la estancia, donde su madre se carcajeaba con una comedia romántica gringa.

    ⁃    ¡Ya acabé ma! - gritó Luis con voz chillona - ¿me dejas salir a jugar a la cancha? - Blanca guardó silencio por un segundo, sin despegar la mirada de la pantalla, y finalmente determinó:

    ⁃    Ándale, pero te me tardas más de una hora y vas a ver – amenazó vagamente, sin cuestionar más. Le dio un beso a la fuerza y sacudió su cabello lacio con una caricia despreocupada.

Sonriente, Luis salió de la casa corriendo y encontró a sus camaradas Matías y Emilio en la tienda de siempre. Carcajadas brotaban por doquier y hasta los rincones más oscuros estaban iluminados con pequeños focos de colores. Matías, el instigador, había hurtado una bolsa llena de cuetes de varios tamaños y la traía escondida en su mochila. No irían a la cancha, si no a los terrenos baldíos que estaban detrás del fraccionamiento donde vivía Emilio, la sede de múltiples aventuras.

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